En octubre de 1947, llegó el momento de ir interna al Colegio del Sagrado Corazón en Sevilla.
Nos fuimos mis hermanas y yo al Valle. Fue también mi primer viaje en " el carreta". Toda una experiencia...Salíamos de Córdoba a las 10 de la mañana, nos enviaban con el almuerzo; los consabidos filetes empanados y la tortilla española. Aquel tren se alimentaba de carbón, por lo que nos librábamos muy mucho de abrir sus ventanas, a riesgo de que se nos metiera una carbonilla en el ojo. Para no hacer aquel trayecto solas, nos acompañó mi hermano Jose María. A mitad de camino, en Lora del Río, recogímos a las hermanas Coronel, mi hermano se puso encantado de compartir trayecto con niñas tan guapas. Sobre las cuatro de la tarde llegamos a la C/ María Auxiliadora, 31 de la capital hispalense. Nuestro baúl para pasar el año, estaba allí esperándonos. Lo había llevado el cosario. El mismo que nos recogía semanalmente la ropa, para llevarla a lavar a casa y traérnosla de vuelta limpia y perfumada.
Al llegar nos recibió la Madre Isasi, Maestra Gral.,
- Entonces, Ud es la Sra de Pérez - Dijo al verme
Sorprendida de que aquella Madre supiera de aquel mote, asentí con la cabeza.
Mis hermanos mayores, me empezaron a llamar así, cuando ahorrando cada duro que me daban, me fui a la calle Sevilla a comprar la Mariquita Perez, me tildaron de caprichosa por gastarme nada más y nada menos que 100 ptas en obtener la preciada muñeca. Con el mote inventaron la historia de que me había casado con el ratón Pérez, convirtiéndome en la ratita Pérez. Para hacerme rabiar movían el dedo índice de izquierda a derecha como si fuera un rabito de rata...Aquello me enfurecía!
Nada más verme, me tomaron bajo su protección las dos niñas más revoltosas del Colegio. Mis hermanas me advirtieron sobre lo poco oportuno de mi amistad con ellas, pero su consejo, cayó en saco roto. Eran demasiado divertidas para renunciar a su amistad!
Aunque, ya había estado interna mientras me preparaba para recibir la Primera Comunión, las reglas a seguir eran absolutamente novedosas para mi!
Por los pasillos, mientras nos trasladamos de una estancia a otra, íbamos en silencio riguroso, sin salirnos del mismo baldosín. Los libros los llevábamos sobre las palmas de la mano extendidas a la altura del pecho. A las diez de la mañana nos quitábamos el abrigo. Llevarlo fomentaba la pereza. Aquellos corredores al aire libre hacía que sufriéramos enormemente las inclemencias del tiempo sevillano. Frio casi siberiano en invierno y calor sahariano en los meses estivales. A las siete y media de la mañana cuando tocaban diana era el único momento del día que sentía cierto confort.
Por la noche teníamos que poner toda la ropa llevada durante el día, doblada sobre una silla ante la puerta del dormitorio.
Todas estas medidas fomentaba la disciplina y el autocontrol que tanto me ha servido en mi vida.

Aquel año terminó en desastre académico. Suspendí en junio y no me llevaron a examinarme en septiembre. Repetí curso...El berrinche que me llevé fue tal que mi madre verdaderamente compungida ante mi desazón, zanjó la cuestión diciendo; - Se acabaron los exámenes para ti, ni una lagrima más por los estudios...-
Mi amor propio impidió que siguiera la pauta sugerida por mi madre.