Historia de una familia de Córdoba en una época: la posguerra. Transcripción de los relatos que he oído contar a mi madre; Rosa Olías Porras durante años
sábado, 7 de febrero de 2015
LA CABRITA
Al final del jardín, desde el paseo de las parras y a través de una puertecita accedíamos a la casa de tío Antonio Porras, casa que había heredado de su madre Dolores Aguayo Fernández de Mesa.
A Rafael y a mi nos encantaba atravesar aquella puerta y adentrarnos en un nuevo territorio para explorar. Había un artilugio que utilizaban para regar, consistía en un tambor de lata que daba vueltas expulsando agua, nos metíamos dentro para tirarnos por aquellas cuestas...
Algunas veces íbamos también con Amparo, durante estas visitas, nos recibían en el cuarto de estar. Una bonita estancia de la que me llamaba mucho la atención una brujita que, colgada de la lámpara, volaba sobre nuestras cabezas al abrir y cerrar la puerta, el maravilloso suelo de aquella estancia y una foto hecha en el patio del Colegio que los Padres Jesuitas tienen en el Puerto de Santa María, donde aparecía como condiscípulo de bachillerato junto a Juan Ramón Jiménez y Muñoz Seca, entre otros.
En una de estas visitas supimos como tío Francisco Porras Canales, le había plantado cara a su párroco: Tio Paco, vivía en Bujalance y surtía de leña durante el invierno al cura, Aquel verano el cura no se había portado bien con mi tío, así que cuando llegó noviembre y el Sr Párroco acudió a buscar leña, Tío Paco le recibió con la siguiente repostá: -"Este año Padre, ya se puede Ud atar la quijá con una guita, que de aquí no se lleva un haz de leña" .
Sentía debilidad por Rafael y por mi, tanto que un día nos mandó con el jardinero una nueva mascota; una preciosa cabrita, que se convirtió de inmediato en nuestra compañera de juegos. Lo primero que hicimos fue bañarla y perfumarla, la atamos con un cordel para pasearla por el jardín, este nuevo oficio nos mantenía entretenidos buena parte del día.
Resultó ser un animal díscolo, que sentía predilección por las mismas rosas en las que mi abuela se miraba cada día...y que el jardinero cuidaba con esmero y magnífico resultado, sin embargo y a pesar de todo nuestro empeño aquella cabrita se comió todas las rosas, no dejó ni los rabos!!
Mi abuela enfurecida, le pidió a mi hermano mayor, encargado de llevar el campo desde la muerte de mi padre, que desterrara al animal. Juan de Dios hizo lo mandado y al campo se llevó nuestra mascota.
Yo me desentendí del animal una vez dejé de verle. Rafael le siguió la pista, yéndola a visitar cada vez que tenía ocasión y apuntando cada cabrito que traía al mundo.
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