| Rafael y yo con "Macaco" y Pepe el chófer |
Mandaron buscar a unos poceros para el desempeño de tan necesaria empresa. Después del magnífico trabajo de radiestesia realizado por un zahorí, empezaron a cavar cerca de la tapia que servía de límite con la calle Cardenal Puerto Carrero. Con tan rápido y buen resultado que los poceros tuvieron que salir a escape de allí, a riesgo de morir ahogados. ¡Tal era la profusión de agua que salía!
Como era costumbre, y un poco por superstición, había que bautizar el pozo. Tal bautizo no era otra cosa que celebrar con vino el hallazgo. Rafael y yo que no perdimos comba de lo que allí pasaba, decidimos que ya que no nos invitaban al bautizo. Cosa altamente injusta, o así lo creímos. Celebraríamos nuestro propio bautizo.
Abandonando a todos los mayores, que junto con los poceros celebraban el bautizo del pozo. Encaminamos nuestros pasos a casa. Ya en el comedor, cogimos la botella de cristal tallado, contenedora del oloroso que, tanto mi abuela como mi padre gustaban de tomar antes de cada comida y cada uno con su catavino nos sentamos en le cierre del comedor, cerramos las cortinas que lo separaban de la estancia y cada uno en una de las butacas del reservado nos dispusimos a celebrar nuestro particular bautizo.
No se cuanto tiempo pasó antes de que tio Juan de Dios, alertado por nuestras risas flojas y las cortinas del comedor echadas, descubriera lo que habíamos hecho, pero sí el estado en que nos encontró. Le estoy viendo, mirándonos fijamente, intentando evitar una sonrisa.
Fue a buscar a Frasquita, nuestra eterna encubridora, encomendándola que nos metiera en la cama a escondidas de nuestros padres. Y así lo hizo. Nuestra travesura fue obviada, nunca se habló de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario