
Después del verano, y desde que las hermanas Lastra empezaron a ir internas a nuestro colegio íbamos todas juntas en coche: Ora en el Mercedes de su padre, ora en el Fiat de mi madre. Y siempre siempre, cuando se atisbaba el árbol torcido a la entrada de Sevilla yo rompía a llorar. Disimuladamente, claro está. Todo antes que descubrieran mi debilidad!
La hora de la comida era el único momento en que podíamos hablar, por lo que aunque por norma general no nos gustaba demasiado lo que nos daban, era un momento de algarabía.
Recuerdo divertida cuando un año, al llegar la temporada de coles, nos dieron muy continuado esta verdura para cenar... La producción de coles aquel invierno era muy superior a la de los anteriores. Desde arriba, cuando mirábamos al huerto solo veíamos estas hortalizas. Aquello pudo incluso con nuestro espíritu de sacrificio, al que apelaban continuamente nuestras educadoras. No sabíamos que hacer para salir de aquella situación.
Nuestras salvadoras, fueron cuatro internas, quienes por la noche se fueron al huerto y arrancaron todas las coles, dejándolas cuidadosamente depositadas en el mismo lugar que ocupaban antes de su defenestración. Se echó tierra sobre el asunto al descubrir que algunas de las autoras eran sobrinas de la Madre Ecónoma.
El postre que denominaban natillas, me producía un asco espantoso. Cuando las veían aparecer, mis compañeras de pupitre, no paraban de cuchichear -Bienvenido, el jardinero hoy se ha afeitado. Aquí viene la espuma que ha dejado!-
Aquel comentario me producía una repugnancia absoluta.
Comíamos pan gracias a las cartillas maquileras que aportábamos algunas de nosotras.
Debido a la escasez de los cereales tras la contienda, era una forma solidaria de compartirla con el resto de españoles. Los productores de cereales, legumbres, aceitunas,...cedían la totalidad de la producción al Servicio Nacional de Trigo. Que a su vez, entregaba un porcentaje de cada fanega declarada, por cada miembro de la familia al productor. El estraperlo gracias al que se enriquecieron unos pocos, surgía del ocultamiento al Estado de parte de esa producción para venderla en el mercado negro.
En Córdoba, como en casi todas las provincias mayoritariamente agrícolas, estaban muy marcadas estas personas que comerciaban con el hambre de los más pobres. No eran recibidas en ninguna casa conocida. Sin embargo, con el tiempo y poco a poco se les fue tratando. Hasta olvidar de donde procedía su fortuna. Poderoso caballero Don Dinero